La avalancha de últimos proyectos de mecenazgo han concluido casi al unísono, haciendo caer un pesado telón de clamoroso y repentino silencio. Los resultados han sido dispares, y algunos proyectos no han alcanzado la deseada meta. Otros sí, como la Guía del Director de Fading Suns y la tercera edición de Ragnarok.
Quizá sea pronto para afirmar que la fórmula del mecenazgo se agota. En realidad, no creemos que sea el caso, sino más bien que se está produciendo un fenómeno de masificación en los proyectos que acuden a este método para salir adelante. Muchas veces obra en contra de ellos el relativo desconocimiento de un mercado pequeño y personalista que se mueve a veces por criterios más sociales que objetivos. Pero bien es cierto que ha habido proyectos, como el Manual de Improvisación de Fantasía, que ha hecho gala de una inexperiencia operativa que le ha costado una cara polémica.
Si de lo que se trata es de sacar conclusiones, lo que más destaca es que un mecenazgo con esperanzas de futuro es uno que hace todo el trabajo posible entre bambalinas antes de salir a por el dinero. No se puede arrancar una campaña sin una estrategia, un producto acabado en su fase de escritura y unas expectativas en caso de posible crecimiento (o desbordamiento) de la demanda. No son pocos los proyectos que mueren de éxito porque se ahogan en sus propios goodies.
El factor social es importante, y obedece a las particulares características de nuestro mercado rolero. Somos pocos, nos movemos en grupos, afinidades e ideologías a veces enfrentadas que dan al traste con lo esencial: las ideas potencialmente buenas se pierden en el ruido y la mayoría aspirante se queda con las ganas.
El trabajo debería darse desde dos instancias. En primer lugar, los promotores de los proyectos deben lanzarse con un producto lo más sólido y cerrado posible a falta del dinero necesario para confeccionarle en sus estadios más estéticos. No hay que tener prisa ni tampoco ceder a las presiones, a veces excesivas, de que hay que mostrar material al precio que sea (incluso al de caer en el presunto plagio). En segundo lugar, la comunidad debe asimilar la idea de que parte del espíritu de los mecenazgos es poder hacer realidad un proyecto potencialmente bueno, innovador o que responda a alguna necesidad del mercado. Debemos tratar de ser objetivos, ponderar los riesgos y apostar por las iniciativas independientemente de criterios más cercanos a la prensa rosa que al producto.
Llama también la atención la arritmia de las campañas, con periodos enormemente activos y otros sumamente silenciosos. De esto no tiene la culpa nadie, salvo que nos constituyamos en mente colmena, pero a título anecdótico, da la sensación de que la corriente del mecenazgo viene con trombas y sequías que de alguna manera deben trastocar el comportamiento de un mercado cada vez más instado a invertir a futuro que por productos contrastables en la estantería.
Está claro que el mecenazgo tiene sus virtudes y sus servidumbres. Todos debemos remar para que esta fórmula se asiente, si eso es lo que pide el mercado, y no se convierta en refugio de oportunistas, amateurs irredentos o afanosos del reconocimiento como meta última.
Hay mucho que hacer, no cabe duda.